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La lectura y los valores humanos
por Antonio Pérez

El lenguaje es una facultad maravillosa que ha sido concedida a distintas especies de seres vivos para relacionarse entre sí o intercambiar información. El lenguaje verbal es una facultad específicamente humana. La palabra es un elemento milagroso, articulador, espina dorsal de toda comunicación humana. La palabra proyecta una potencia formidable: tremenda fuerza creadora y capacidad evocativa; es un elemento esencial en toda relación interpersonal. La palabra encierra un germen vivificante o un gusano destructor, según se emplee, al igual que todos los demás actos que ejecuta el hombre. La palabra escrita es, puede ser, una herramienta precisa, rigurosa, solemne y perdurable. Es el medio por excelencia para describir o interpretar la realidad y expresar emociones, sentimientos, deseos, fracasos, aspiraciones, anhelos, desengaños, en suma, toda experiencia personal, real o imaginaria, y toda vivencia espiritual, pues al fin y al cabo, la especificidad de esta función es inherente a la persona. La palabra es un vehículo idóneo para la comunicación. Y la palabra escrita es como si el verbo quedara cincelado en piedra, como el manejo de una materia dúctil y maleable, cuando la líquida tinta se adhiere al papel; fija y estable cuando ésta se seca y el texto queda petrificado.

Afortunadamente, la palabra existe, para consuelo del hombre. Y existe también la comunicación y su necesidad. Existen, pues, mensajes que comunicar. Gracias a Dios, por poder contar con un instrumento sutil, excelente y sublime capaz de expresar la belleza, el amor, la tristeza, la soledad, la consolación, el pensamiento; con un soporte para las relaciones sociales; con la poesía, o la palabra esencial, pura y descarnada. Importante debe ser también el mensaje, el contenido que se transmite, pese a que muchas veces éste quede reducido a la mera forma, al adorno externo del envase, a lo superficial, pues la literatura, por ser el arte del uso de la palabra puede ceñirse a esta ensimismada función. 

Los mensajes se pueden adscribir a distintas categorías de contenido. Por lo cual, es necesario que exista un mensaje integrador, fundamental, que incluya y dé sentido a todos los demás. Una razón última, absoluta, que los justifique a todos. Un mensaje superior y verdadero. Si esto así no fuera, no habría necesidad de comunicar nada, o la maravillosa perfección de esta facultad no se correspondería con un objeto digno de ser transmitido. La palabra no puede ser un hueco cascarón que retiñe en un inmenso vacío existencial y deja al hombre huérfano, perdido en un océano de sombras.

La razón de ser de la literatura es crear, fijar, instruir, educar, entretener, acompañar e indagar en la representación de todas las realidades posibles (gracias a ella); transmitir valores, reflexionar acerca de la condición humana, la vida, la muerte y nuestro paso por el mundo. El libro es un medio eficaz y único y para compartir con el lector los valores de un mundo real o ficticio, para interpretar la realidad representada, dar a conocer formas de pensamiento, expresar contenidos mentales o espirituales, relativos al mundo, la sociedad, la persona o cualquier tipo de relación. Es también un medio idóneo para fijar y asentar el lenguaje, enriquecerlo y preservarlo, perpetuando voces para que no caigan en desuso en una lengua, por avatares históricos, por ignorancia del propio bagaje cultural que tiene un pueblo -o precisamente por la falta de lectura-, y que conviene desempolvar antes de recurrir a la importación de vocablos extraños.
La literatura no es, no debiera ser un artículo de consumo para atiborrar la mente de confusión y abotargarla con fábulas que no despiertan o no invitan al lector a desear una realidad mejor o más bella. Debe más bien orientarle, sugerirle y alentarle en su búsqueda personal. No se pretende aquí menospreciar la importancia del esparcimiento, sino realzar la labor educativa que la lectura debe ejercer. El libro puede y debe ser el mejor amigo, la mejor guía que oriente e ilumine la senda de nuestra adolescencia y juventud con modelos estimulantes, valores ejemplares a imitar o admirar. En la quietud y el silencio, el ser humano encuentra el reposo necesario para leer y meditar, para acallar su alma y ordenar su casa.

¡Qué privilegiado es el ser humano por el hecho de disponer de la palabra, de la lectura y la literatura para expresar y comprender ideas y mensajes, más livianos o más graves, sin excluir nada de lo que se puede abarcar! No es un don cualquiera éste, no es una facultad intrascendente. Es la capacidad que dignifica y eleva a la persona al nivel que le corresponde como criatura de Dios para relacionarse, para entablar contacto y abrirse al mundo, para conocer y comprender a otras culturas, a nosotros mismos, a nuestros semejantes; para recibir y emitir mensajes, no a ras de cotidiana supervivencia, sino cargados de la razón que justifica su existir. Para intentar comprender el mundo, para instruirse y orientarse. Porque la palabra bien usada ennoblece, ayuda al ser humano a ocupar su sitio, a ser más sensible y más amable con los demás. Es más fácil amar, es imposible no hacerlo cuando se comprende. De aquí se deduce la necesidad de un mensaje fundamental. El hombre vive para conocerlo y manifestarlo. O lo que es lo mismo, la verdad existe. Es posible acceder a ella por la palabra: leyendo, libando néctares en el jardín de la literatura. Y el hombre cuenta con un recurso excelente para llegar a conocerla y proclamarla. Este es el objeto de su vida y esta ha de ser su meta. En el principio era el Verbo...