En este sentido hay una historia sobre dicha traducción realizada en la última etapa de su vida. Al poco de comenzar la traducción una grave enfermedad le atacó; sin embargo, él continuó su tarea acabándola poco antes de morir. La mañana del día que sería el de su muerte, quedaba un capítulo por traducir. Al lado de su lecho de muerte estaba su amanuense. "Toma la pluma", le dijo Beda, sintiendo que cada minuto era precioso "y escribe rápidamente". A medida que el amanuense leía de la Vulgata, versículo a versículo, el capítulo final del evangelio de Juan, Beda se lo traducía al anglosajón y el amanuense lo escribía. En este punto fueron interrumpidos por la entrada en la habitación de ciertos oficiales que venían para hacer determinados arreglos. Al quedarse de nuevo solos el amanuense se puso de nuevo manos a la obra: "Maestro," dijo, "queda el último versículo." "Date prisa", dijo Beda. Lo leyó en latín, Beda lo pronunció en anglosajón y el amanuense lo escribió. "Ya está terminado" dijo el amanuense en tono gozoso, a lo que Beda respondió: "Ciertamente como dices está terminado" y levantando sus manos dijo: "Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo" y expiró. |