En su estructuración fonológica las lenguas presentan una gran diversidad. Al respecto, si se compara, por ejemplo, el
quechua, el mapuche y el
guaraní, los dos primeros poseen un sistema vocálico sencillo, sólo con vocales orales (cinco y seis, respectivamente); el último posee, además de seis vocales orales, seis nasalizadas, o sea, doce en total. Tocante al consonantismo, el quechua se caracteriza por la presencia de series de fonemas oclusivos aspirados y glotalizados
(eyectivos), desconocidos en mapuche y guaraní. Cabe destacar igualmente que en Hispanoamérica existen lenguas
tonales, como, por ejemplo, el mixteco, el zapoteco y el
otomí de México.
En cuanto a su estructuración morfológica, se registra también variedad, aunque muchas lenguas son polisintéticas y aglutinantes. En términos sencillos: en ellas se suelen formar palabras complejas, largas, constituidas por la unión (aglutinación) de varios elementos (morfemas), con significado léxico (raíces) y gramatical (categorías de número, persona, tiempo, aspecto, y demás; la categoría de género es poco frecuente), las cuales equivalen a oraciones de lenguas indoeuropeas. En ello se asemejan más a las lenguas
ugrofinesas (finés,
húngaro) y altaicas
(turco). Los morfemas que expresan categorías gramaticales pueden prefijarse o sufijarse a la raíz (o raíces). Los infijos son poco frecuentes. Es también característica de estas lenguas aborígenes la llamada incorporación, la cual consiste en introducir -incorporar-, en una forma verbal, el objeto directo de la acción, expresado éste por una raíz o por un afijo. Cuando se dice, en mapuche,
katrü-mamüll-me-a-n, 'voy a ir a cortar leña', mamüll, 'leña' está incorporado. En
mütrüm-tu-a-fi-ñ, el sufijo -fi- expresa el objeto directo. En el primer ejemplo en náhuatl
huasteca, que se ha visto antes, lo hace el prefijo
-k-. Debido a tal procedimiento, las lenguas son llamadas incorporantes. |